"Hay cuentos para cada momento,
cuentos para cada estación:
los cálidos cuentos para el largo invierno,
cuentos azules, rojos, verdes y violetas para la primavera,
el verano trae adivinanzas, bromas y chistes
y las grandes epopeyas se cuentan en otoño.
Pero aqui y ahora,
en aquel trópico, atravesado por el dolor y la pasión,
la tradición quiere que cuente
los cuentos del amor.
Los Cuentos del Espíritu... para pensar y para amar mejor..".

Nicolás Buenaventura Vidal, in espectáculo "Cuentos del Espíritu", Festival Internacional de Teatro de Almada (Portugal, Julho, 2007).


Si quieres un adulto con pensamiento creativo, de pequeño cuéntale cuentos. Si lo quieres, además sabio, cuéntale más cuentos. Albert Eisnstein

miércoles, 27 de julio de 2011

ABUELOS...



"Una tarde de primavera estaba el abuelo trabajando en la huerta cuando vio llegar un coche que anunciaba:
¡Esta noche habrá fiesta en la plaza del pueblo!.¡Venid todos a bailar con los mejores músicos del país!.
- ¿Has oído, Manuela?. ¡Esta noche tenemos baile!.
- Sí, Manuel; pero yo no voy. Ya no soy una niña para andar de fiesta en fiesta.
El abuelo no dijo nada. Miró al sol, que estaba a punto de esconderse en el horizonte, y se agachó a por una margarita que crecía entre la hierba.
Después se fue a donde estaba la abuela, le dio la flor y dijo:
- Pero tú eres muy bonita, Manuela. ¡Eres tan bonita como el sol!
La abuela sonrió y fue a mirarse al espejo.
- Eso no es verdad. Yo soy fea como una gallina sin plumas –dijo ella, prendiéndose la margarita en el pelo.
-  ¡No digas eso, mujer! Tú eres bonita como el sol.
¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela fue al baño y, de una bolsa, sacó un lápiz.
- ¿Qué vas a hacer con ese lápiz? –preguntó el abuelo.
- Voy a pintarme los ojos, que los tengo tristes como una noche sin luna.
- ¡No digas eso, mujer!. Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche.
¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela sonrió y sacó un pincel.
- ¿Qué vas a hacer con ese pincel?
- Voy a pintarme las pestañas, que las tengo cortas como las patas de una mosca.
-  ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche y tus pestañas cortas como hierba recién segada.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela volvió a sonreír y, de la estantería, sacó un bote.
-  ¿Qué vas a hacer con ese bote?.
- Voy a ponerme crema en la piel, que la tengo arrugada como un higo seco.
-  ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada y tu piel arrugada como las nueces de una tarta.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela volvió a sonreír, dejó el bote y sacó una barra de labios.
-  ¿Qué vas a hacer con esa barra?
- Voy a dar brillo a mis labios, que los tengo secos como la tierra de los caminos.
-  ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada, tu piel arrugada como las nueces de una tarta y tus labios secos como la arena del desierto.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió, fue a la mesilla de noche y sacó un frasco del cajón.
-  ¿Qué vas a hacer con ese frasco?
—Voy a teñirme el pelo, que lo tengo gris como una nube de otoño.
-  ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada, tu piel arrugada como las nueces de una tarta, tus labios secos como la arena del desierto y tu pelo blanco como una nube de verano.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió, fue al armario y sacó una falda.
-  ¿Qué vas a hacer con esa falda?.
- Voy a esconder estas piernas, que las tengo flaquitas como agujas de calcetar.
-  ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada, tu piel arrugada como las nueces de una tarta, tus labios secos como la arena del desierto, tu pelo blanco como una nube de verano y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!
La abuela colgó la falda, se fue a lavar la cara y sonrió delante del espejo. Después se agarró del brazo del abuelo y los dos se fueron hacia el baile.
Cuando llegaron, los músicos ya estaban tocando en el palco y todo el mundo estaba bailando. El abuelo tomó a la abuela por la cintura y se pusieron a bailar.
Después, miró profundamente a los ojos de la abuela y le dijo:
- Manuela, tienes los ojos tristes y hermosos como las estrellas de la noche.
Entonces, la abuela miró dentro en los ojos del abuelo, y vio que también él tenía… los ojos tristes como las estrellas de la noche y las pestañas cortas como hierba recién segada y la piel arrugada como las nueces de una tarta y los labios secos como la arena del desierto y el pelo blanco como una nube de verano y las piernas flaquitas como las de una golondrina.
La abuela se agachó a por una margarita, la prendió en el chaleco del abuelo y se acucurró en su pecho.
Después miró al cielo, volvió a mirar a los ojos del abuelo y, sin dejar de bailar, le dijo:
- ¡Manuel, eres tan bonito como la luna!."
Abuelos. Proyecto "Cuentos para Crecer". Ed. Kalandraka. Pontevedra. 2009)

lunes, 18 de julio de 2011

LECCIÓN DE VIDA...LAS CUATRO ESTACIONES


Había un hombre que tenía cuatro hijos. El buscaba que ellos aprendieran a no juzgar las cosas tan rápidamente; entonces el envió a cada uno por turnos a ver un árbol de peras que estaba a una gran distancia.


El primer hijo fué en el Invierno, el segundo en Primavera, el tercero en Verano y el hijo más joven en el Otoño.
Cuando todos ellos habían ido y regresado, él los llamo y juntos les pidió que describieran lo que habían visto.
El primer hijo mencionó que el árbol era horrible, doblado y retorcido.
El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.
El tercer hijo no estuvo de acuerdo, él dijo que estaba cargado de flores, que tenía un aroma muy dulce y se veía muy hermoso, era la cosa más llena de gracia que jamás había visto.
El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos, el dijo que estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y satisfacción.
Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, por que ellos solo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.
El les dijo a todos que no deben de juzgar a un árbol, o a una persona, por solo ver una de sus temporadas, y que la esencia de lo que son, el placer, regocijo y amor que viene con la vida puede ser solo medida al final, cuando todas las estaciones han pasado.
Si tú te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.
No dejes que el dolor de alguna estación destruya la dicha del resto. No juzgues la vida por una sola estación difícil.
Persevera a través de las dificultades y malas rachas. mejores tiempos seguramente vienen por delante.

viernes, 8 de julio de 2011

LA NUBE Y LA DUNA



Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el mar Mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África.
No bien llegaron al continente, el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sáhara. El viento siguió empujándolas en dirección a los bosques del sur, ya que en el desierto casi no llueve.
Entretanto la nuestra decidió desgarrarse de sus padres y de sus más viejos amigos para conocer el mundo.
-¿Qué estás haciendo? -protestó el viento-¡El desierto es todo igual! ¡Regresa a la formación y vámonos hasta el centro de África, donde existen montañas y árboles deslumbrantes!
Pero la joven nube, rebelde por Naturaleza, no obedeció. Poco a poco fue bajando de altitud hasta conseguir planear en una brisa suave, generosa, cerca delas arenas doradas. Después de pasear mucho, se dió cuenta de que una de las dunas le estaba sonriendo.
Vió que ella también era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. Y al momento se enamoró de su cabellera dorada.
-Buenos días -dijo-. ¿Cómo se vive allá abajo?
-Tengo la compañía de las otras dunas, del sol, del viento y de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor, pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive allí arriba?
-También existen el viento y el sol, pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.
-Para mí la vida es corta -dijo la duna-. Cuando el viento vuelva de las selvas, desapareceré.
-¿Y esto te entristece?
-Me da la impresión de que no sirvo para nada.
-Yo también siento lo mismo. En cuanto pase un viento nuevo, iré hacia el sur y me transformaré en lluvia. Mientras tanto, este es mi destino.
La duna vaciló un poco, pero terminó diciendo:
-¿Sabes que aquí en el desierto decimos que la lluvia es el Paraíso?
-No sabía que podía transformarme en algo tan importante -dijo la nube, orgullosa.
-Ya escuché varias leyendas contadas por viejas dunas. Ellas dicen que, después de la lluvia, quedamos cubiertas por hierbas y flores. Pero yo nunca sabré lo que es eso, porque en el desierto es muy dificil que llueva.
Ahora fue la nube la que vaciló. Pero enseguida volvió a abrir su amplia sonrisa:
-Si quieres, puedo cubrirte de lluvia. Aunque acabo de llegar, me he enamorado de ti y me gustaría quedarme aquí para siempre.
-Cuando te ví por primera vez en el cielo también me enamoré -dijo la duna-. Pero si tú transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, terminarás muriendo.
-El amor nunca muere -dijo la nube-. Se transforma. Y yo quiero mostrarte el Paraíso.
Y comenzó a acariciar a la duna con pequeñas gotas.
Así permanecieron juntas mucho tiempo hasta que apareció un arco iris.
Al día siguiente, la pequeña duna estaba cubierta de flores. Otras nubes que pasaban en dirección a África pensaban que allí estaba la parte del bosque que estaban buscando y soltaban más lluvia. Veinte años después, la duna se había transformado en un oasis, que refrescaba a los viajeros con la sombra de sus árboles.
Todo porque, un día, una nube enamorada no había tenido miedo de dar su vida por amor.
Paulo Coelho